jueves, 7 de septiembre de 2017

La verdad sobre la Comunión en la mano (V)

Los Ministros Extraordinarios

En su best-seller, The Last Roman Catholic?, James W. Demers dijo: "De los responsables por la falta de belleza en la Iglesia, ninguno es más culpable que los ministros laicos de hoy. La conducta fuera de lugar de estos laicos superficialmente entrenados introduce en el santuario una pomposidad que es tan desconcertante como deplorable de observar”. Los laicos dando la Santa Comunión durante la Misa hubiera sido considerado un acto impensable de sacrilegio e irreverencia hace solo 35 años, y durante los siglos precedentes. Pero ahora, los laicos administrando el Santísimo Sacramento son cosa habitual de ver regularmente en las iglesias parroquiales del Novus Ordo, y muchos católicos no lo ven mal, probando que los hombres pueden volverse insensibles a la profanación. Parece que hubieran salido de la nada. ¡De repente, ya estaban allí! ¿Y de dónde aparecieron?, ¡Aparecieron de la nada! Pero si se piensa detenidamente, hay algunos pasos que debemos analizar para poder observar el desarrollo que sentó las bases para que esta plaga de manos sin consagrar, comisionadas por los pastores para degradar la Eucaristía, usurpe el deber de los que recibieron las Órdenes Sagradas, socave el sacerdocio, y despoje al altar de Dios de sus derechos sagrados. El Obispo Fulton Sheen escribió una vez que tanto los hombres como las mujeres son esclavos de la moda, pero con esta diferencia ... si las mujeres son esclavas de la moda en el vestir, los hombres son esclavos de la moda en el pensar. Y de la manía y de la moda, que fueron el orgullo y la alegría de muchos hombres de Iglesia post-Vaticano II, bajo el pretexto de volver a la Iglesia más “participativa”, surgió la idea de involucrar a los laicos en la liturgia. Los laicos comenzaron a leer la Epístola, y el nuevo responsorio de salmos. Condujeron las tediosas “Oraciones de los Fieles” – “Oremos al Señor, Señor escucha nuestra oración”, e incluso nos dieron la bienvenida por el micrófono antes de la Misa, deseándonos los “buenos días”, diciéndonos qué himnos se cantarían y qué Plegaria Eucarística le apetecía ese día al Padre. El santuario se convirtió en un escenario, y ya no existiría el monólogo de un hombre. Cuanto más grande el reparto, mejor, y el drama cautivante de la Misa se volvió un show de aficionados. El sacerdote, un hombre que había sido llamado por Dios y especialmente instruido en el estudio y la dispensación de los sagrados misterios, debió apartarse, voluntariamente o de mala gana, para permitir que aficionados inhabilitados de tiempo compartido y fuera de lugar, invadieran y profanaran su sagrado dominio del santuario y del altar. Pero los lectores laicos dentro de la Nueva Misa no fue lo único. Los ministros laicos del Santísimo Sacramento no hubieran sido posibles sin la revolución en las rúbricas que la precedieron: la práctica y la amplia aceptación de los laicos recibiendo la Sagrada Eucaristía en sus palmas. El oficio del ministro eucarístico es, de tal manera, la progenie ilegítima de la unión de los “laicos comprometidos” de la Nueva Liturgia y la Comunión en la mano conviviendo en la nueva Iglesia. Es el hijo amado de la revolución de los años 60.

¡Todos en acción!

Podemos estar seguros que hubo muchos católicos deseosos de formar parte de esa “élite laica” que distribuye la Santa Comunión, aunque también hubo otros, cuyo buen sentido se opuso inicialmente a esa práctica, pero que eventualmente permitieron ser disuadidos por persuasivos hombres de Iglesia. La mejor táctica usada por el clero moderno fue recurrir a la adulación... aproximándose a los buenos hombres y mujeres católicos diciéndoles, “Ustedes son buenos miembros de la parroquia, cristianos ejemplares, buenos padres y madres, por esa razón, nosotros queremos conferirles el ‘honor’ de ser Ministros Eucarísticos”. Entonces, ¿qué hicieron? Aceptaron la distribución del Cuerpo de Cristo, algo tan sagrado que solo corresponde al sacerdote, y lo aceptaron infantilmente como un premio por su buena conducta: como una medalla al mérito que podría darse a un scout novato por nadar un kilómetro o construir una tienda de indios, o como una estrella que podría ser colocada en la frente de una niña de tercer grado porque fue la única que pudo deletrear correctamente “Checoslovaquia". Si para adorar a Nuestro Señor los Ángeles se aproximan doblando las rodillas, más que eso deberíamos hacer nosotros. Se está disfrazando como un premio lo que los buenos y humildes de la parroquia aceptan a regañadientes, aunque luego se acostumbran. O es una posición codiciada por el orgullo y la pompa en la parroquia, mostrándose por eso incapaces de reconocer ese falso y trivial prestigio.

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